La Revolución Francesa origina una violenta transformación de la estructura política y socio - económica de Europa y determina una nueva configuración de la historia universal. En la revolución francesa -que comienza con el suceso del asalto a la Bastilla el 14 de julio de 1789 y que se puede dar por terminada con el golpe de estado de Napoleón Bonaparte el 9 de noviembre de 1799- se realiza la unión del pensamiento nacional con ideales propios de la humanidad entera. Las exigencias de liberalismo y democracia en todos los campos de la vida política, económica y social (como emanación de la herencia intelectual de la Ilustración del siglo XVIII), alentados por la revolución, preparaban el siglo XIX, en el que, después de la fase de la restauración -durante la cual el antiguo sistema político de Europa quedó restablecido, de forma incompleta y por corto tiempo, con estructuras renovadas y revitalizadas-, se formó la moderna sociedad industrial, a la vez que, basándose en la revolución francesa y en sus acontecimientos, el movimiento social fue pisando una tierra cada vez más firme.
La causa del desencadenamiento de la revolución francesa hay que buscarla en la estructura social y económica del antiguo régimen, que, si prescindimos de los frustrados intentos de Luis XIV, se cerró rotundamente a las necesarias reformas y en el que -al contrario de lo que estaba sucediendo en el resto de Europa- no se había conseguido un nexo fecundo entre Ilustración y absolutismo, único camino para poder atenuar los males de Francia. Contra ellos se habían levantado ya la crítica social y la teoría política de la Ilustración (Montesquieu, Voltaire, Rousseau, etc.), preparando la tierra para un avance revolucionario.
La ocasión para la revolución la ofreció la crisis financiera y económica del reinado de Luis XVI, que condujo a la convocatoria de los états généraux en Versalles (5 de mayo de 1789). La proclamación de la asamblea nacional constituyente, el 17 de junio de1789, por los diputados del tercer estado (por disposición regia, el tercer estado contaba con 600 diputados, frente a los 300 de la nobleza y el clero, por lo que reclamaba voto personal y no por estados) y el juramento del juego de pelota del 20 de junio (los diputados del tercer estado juraron no separarse hasta haber elaborado una constitución) fueron otros tantos momentos que prepararon el camino a la revolución francesa, la cual se radicalizó con el asalto a la Bastilla, punto final de la monarquía absoluta en Francia.
Aunque el año 1789 recoge todavía, en el marco de los ideales de la humanidad, la declaración de los derechos humanos (26 de agosto), en los siguientes años, a pesar de un cierto barniz de idealismo, asistimos a una escalada de la violencia y del radicalismo en virtud de la cual la revolución desembarcará finalmente en el dominio del terror con la dictadura de los jacobinos, después de la caída de la monarquía constitucional (20 de agosto de 1792), la ejecución de Luis XVI (21 de enero de 1793) y el derrumbamiento de la república parlamentaria (2 de junio de 1793).
Sólo la caída y ejecución de Robespierre (27 de julio de 1794) determinan un nuevo giro de la revolución. El 23 de septiembre de 1795 se aprueba la constitución del directorio y se instituye un régimen burgués de clase. Cuando Napoleón se apodera del poder el 9 de noviembre de 1799 pone fin a la I República.
La revolución francesa que, después de una duración de diez años, termina con la subida al poder de Napoleón, significa un profundo giro en la marcha de la historia universal. Su influencia supone el hundimiento del sistema político tradicional en Europa. El cual no podrá ser restablecido, ni siquiera en la fase de restauración, más que en forma imperfecta y por tiempo limitado. La idea del absolutismo, con su exagerado despliegue de poder del príncipe, puesto ya en entredicho por la Ilustración, sufre un golpe definitivo con la revolución, y el estado es sometido a reformas revolucionarias.
Es ahora cuando se forma definitivamente el estado moderno con su potenciación de la fuerza; pero al mismo tiempo, y como contrapeso al fortalecido poder de los estados, que supone una amenaza contra el individuo, aparecen movimientos liberales, democráticos y sociales bajo el espíritu de la soberanía popular y de los derechos del hombre, los cuales reducirán a sus justos cauces en los siglos sucesivos el curso de la historia.
Si en el campo político y socio - económico la revolución francesa completa la reestructuración de Europa que ya había sido preparada por la Ilustración, a lo largo de todo el “siglo filosófico” se somete profundamente a prueba la tradición de Occidente, en virtud de la erupción de la racionalidad moderna, del avance de la investigación en las ciencias naturales modernas que ya había iniciado el renacimiento y de la reflexión filosófica. El siglo XVIII o, si se quiere, la época de la Ilustración, que alcanza su cima política en la revolución francesa, se presenta, pues, como un siglo de ruptura; en él se sientan las bases fundamentales de la marcha moderna de la humanidad. Al mismo tiempo, los sucesos que tienen lugar en Europa -que constituye todavía en el siglo XVIII el centro de la historia universal y, que, como consecuencia de la expansión de sus naciones, une cada vez más a las diversas partes de la Tierra, a las que funde en una red casual unitaria, haciendo que el acontecer histórico universal transcurra bajo el signo de Europa- irradian al mundo extraeuropeo, el cual, con la desaparición de las culturas de África, América y Oceanía y el encerramiento de las asiáticas, se mueve cada vez más en la estela de Europa. Se está abriendo paso a la época del imperialismo, aunque, como ya hemos dicho, en la periferia de Europa y en pleno siglo XVIII empiezan a agitarse las fuerzas que configurarán la nueva imagen de la vieja Europa: es decir, la formación de los Estados Unidos de América y el encumbramiento político de Rusia a partir de Pedro el Grande.
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